Llevo más de 20 años como psicólogo con adolescentes. Anteriormente había trabajado en el ámbito de la enseñanza como profesor y como responsable de un internado. Con esta experiencia estoy afrontando ahora mismo mi mayor reto en este campo. Convivir con mis hijos, dos adolescentes de 13 y 14 años.
Creo que tengo cierta ventaja porque conozco bien la problemática y las técnicas para afrontarla desde el punto de vista profesional. Pero a nivel personal, estoy viviendo situaciones muy interesantes que me han hecho reflexionar sobre la forma de generar empatía en mi relación con ellos.
En esta ocasión me voy a centrar en varias ideas que elaboré hace tiempo para empatizar con los adolescentes y tener mejor disposición para intentar aceptarlos a pesar de sus comportamientos, comprender sus emociones y entender sus pensamientos.
Pero antes vamos a hacer un repaso de ciertas características que les definen como grupo.
- Egoísmo y falta de empatía. Se centran en lo suyo sin tener en cuenta las necesidades de los padres. Su cerebro en desarrollo avanza de atrás adelante por lo que la zona prefrontal donde se encuentran las neuronas espejo, responsables de la empatía, maduraría casi al final. Esto puede influir para que, en general, sean deficitarios en empatía en relación a los adultos.
- Extremismo emocional. A estas edades se producen grandes cambios hormonales y en el sistema límbico cerebral que generan experiencias emocionales extremas que pueden sobrepasarles, hasta que otras áreas del cerebro consiguen desarrollarse para procesar estos estados emocionales de forma más equilibrada.
- Muy vulnerables a las críticas. Algunos estudios indican que los adolescentes que reciben críticas excesivas tienen una mayor tendencia a mostrar síntomas depresivos. Es decir que no toleran bien los gritos y las críticas. De hecho, parece que no escuchan cuando se les reprende y hay investigaciones que apuntan a que la actividad cerebral de los adolescentes en algunas de sus zonas, incluida la que regula la empatía, se reduce al ser reprendidos por sus padres.
- Exponerse a riesgos. Esto lo hacen principalmente en presencia de sus amigos y podría estar influido por el hecho de que el refuerzo de la aprobación de los demás estimula su circuito de recompensa, lo que unido a sus limitaciones para el razonamiento hace que se lancen a comportamientos de riesgo totalmente innecesarios.
- Adicción al teléfono móvil. Parece que no pueden dejar el teléfono porque su cerebro es muy receptivo a la estimulación y encuentran en el móvil una fuente continua de dicha estimulación. Aquí también recordamos su dificultad para el razonamiento que no les permite poner límite a este uso compulsivo del teléfono.
- No quieren dormir por las noches y, sobre todo, no quieren levantarse por las mañanas. Parece ser que a estas edades la liberación de melatonina, la hormona que interviene en el ciclo natural del sueño, se produce más tarde que en los adultos. Esto hace que puedan estar más tiempo despiertos pero que necesiten dormir más por la mañana.
- El desorden de su habitación. En este caso debemos tener en cuenta que el orden requiere un desarrollo cognitivo que aún no tienen. No podemos olvidar que el cerebro termina de madurar a los 24 años aproximadamente, aunque la mayor parte de esta maduración estaría muy avanzada a los 18 años. Es decir que su capacidad para el orden y la planificación todavía es limitada.
Todo esto hace que nosotros, los padres, queramos que razonen y se comporten como adultos, pero la realidad de su desarrollo cerebral y hormonal se lo impide.
Pero además de estas características anatómicas y fisiológicas que los hacen diferentes a nosotros, creo que podemos generar empatía con la siguiente reflexión.
Si nos planteamos qué sentido tiene la vida para nosotros, qué hemos hecho y qué nos queda por hacer, podemos llegar a la conclusión de que como adultos hemos conseguido muchos de nuestros objetivos, como desarrollar una profesión, formar una familia, conseguir un nivel económico determinado. Tenemos pareja, hijos, trabajo, una vivienda en propiedad, …, etc.
Sin embargo, los adolescentes no tienen nada de eso. Lo que tienen es una vida por delante y están deseosos de experimentar, de conseguir cosas, de relacionarse, de progresar, …, etc. Por eso no miran atrás, ni alrededor. Miran lo suyo y hacia el futuro, en el que no estaremos nosotros.
Esta forma de pensar me ayuda a ser más empático con mis hijos y con los adolescentes, en general. Sin olvidar que a través de la educación nuestro deber como adultos es enseñarles, corregirles, ponerles límites y mantenernos firmes en ellos, aunque con cierta flexibilidad. Pero, eso sí, con mucha empatía.
Esta empatía la podemos demostrar con nuestro trato personal hacia ellos. Sin gritos, sin malos modos, con serenidad y asertividad. En esto intento aplicarme una frase que escuché de William Ury que resume la teoría de negociación de Harvard:
“Duro con el problema y suave con la persona”
Es decir, mantenernos firmes, enérgicos y creativos para resolver los problemas, pero siendo suaves y afectuosos con nuestros hijos.
Me consta que no es fácil y que no siempre lo conseguimos, pero merece la pena intentarlo y progresar en la línea de la empatía con los adolescentes.
Eduardo Lázaro Ezquerra
Psicólogo General Sanitario
Colegiado nº.: M-15645
Teléfono: 647910142
Email: elazaroezquerra@gmail.es